Why I Became a Missionary Oblate Of Mary Immaculate
FR. DANIEL RENAUD, O.M.I.

Fr. Daniel Renaud, OMIFather Daniel Renaud, O.M.I. ministers from the campus of Oblate School of Theology (OST) in San Antonio, Texas. He is an adjunct faculty member at OST and is a regular blog contributor. A Certified Spiritual Director, Fr. Daniel has preached retreats throughout North America and Asia. His areas of interest are resilience and trauma recovery, dreamwork and spiritual growth, and completive practices and mysticism.

There are many reasons why I joined the Missionary Oblates. It is not possible to name them all, but I would like to give an idea by expressing some of the major ones.

The first reason states the obvious: I felt a profound call to give my life to God as a religious priest. It was vital that it be a missionary order since I come from a province in Canada that still has one of the smallest percentages of Catholic practice in the Western hemisphere. Québec identifies secularity as Mission country. It made sense to reflect carefully on how our Church evangelized in the French-Canadian culture.

The Oblates are an engaging band of zealous men, brothers and priests. Founded two centuries ago, they were not afraid to go to extremes for Christ. They ate whale blubber in the Great Canadian north, rode horses in the blistering heat in the Rio Grande Valley, wrote the first dictionaries and translated missals for many native cultures, created associations of solidarity for workers and people of faith, designed and built churches and taught graduate theology classes. Oblates performed these with distinct fervor in serving the poor in the name of Jesus Christ.

When I read about these men and familiarized myself with excerpts of their private missionary journals, it energized my apostolic desire for adventure. It drove my need for a more profound dedication to the service of the Kingdom of God. I wanted to become one of these men on fire for God and the Church. In hindsight, I realize how the Oblates were the best religious community for me to learn how to be an oblation to God, offering our missionary lives in imitation of the radical “yes” of our patron, Mary Immaculate.

Another reason why I joined the Oblates was how the Oblate charism resonated with some of my convictions. It is striking how Oblates are close with everyday people while valuing strong intellectual formation.

We tend to think that strong intellectual formation creates a distance with people. People are allergic, and rightly so, to priests who hold an elitist clerical attitude unaware or even dismissive of the reality of ordinary people. The Oblates, on the contrary, encouraged all formation to be focused on proximity and service within God’s people.

I enjoy studying and working with all kinds of people. As a child, I could not wait to attend school. I was so excited to learn and meet new people. I love reading, writing and studying. This passion for learning and being with others served me well with the Oblates. I felt at home with them.

It was a revelation to find that my religious order could be so close to the poor and support the Church and society in a myriad of ways. We train priests and lay church leaders, create programs in religious education, man gun-free zones in Asia, engage in interreligious and ecumenical dialogue worldwide, run clinics for people suffering from leprosy and for AIDS survivors, work with basic needs for migrants at borders and continue to advocate for social justice through various projects, institutes, and parishes.

The impetuous for this apostolic zeal is the charismatic figure of our founder, a French bishop, Eugene De Mazenod, canonized during my novitiate in 1995. His canonization communicated that St. Eugene belonged to the Church and that his charism was not the “property” of the Oblates. Saint Eugene continues to speak to young people, older people, married, single and grandparents who feel a profound attraction to live the call to holiness through hospitality, service, social justice and religious and spiritual formation. He is such an inspiring man and an accessible saint!

Saint Eugene knew Jesus and His love to be a source of profound hope for people who felt marginalized, oppressed and impoverished. Oblate missionaries, honorary Oblates, Oblate associates, Oblate affiliates, Oblate employees, mission supporters, Oblate benefactors, Oblate partners and Oblate youths; the whole of what we now refer to as The Mazenodian Family, experience their respective call to mission in the Oblate charism with the same virtue of hope.

Hope is not blind optimism. Hope is a way of naming the manner in which our living and knowing invites to radical selfsurrender before God. Hope comes from God, to lift God’s people to live from His covenantal promises. Hope empowers us to preach the Gospel with light and joy, even in seemingly dire and desperate situations. Saint Eugene and all of The Mazenodian Family become people of hope. Saint Eugene, pray for us!


Porqué me Convertí en Misionero Oblato de María Inmaculada

Fr. Daniel Renaud, OMI P. Daniel Renaud, O.M.I.

El Padre Daniel Renaud, O.M.I. realiza su ministerio desde el campus de la Facultad Oblata de Teología (OST por sus siglas en inglés), en San Antonio, Texas, como miembro adjunto de la facultad de OST y contribuyente regular de un blog. Como Director Espiritual Certificado, el P. Daniel ha predicado retiros en toda Norteamérica y Asia.  Sus áreas de interés son la resiliencia y la recuperación de trauma y trabajo de los sueños, así como las prácticas contemplativas y el misticismo.

“Hay muchas razones por las que me uní a los Misioneros Oblatos y no es posible nombrarlas todas, pero me gustaría dar una idea mencionando algunas de las más importantes.

La primera es obvia: sentí un profundo llamado a entregar mi vida a Dios como sacerdote religioso. Era vital ser misionero, pues provengo de una provincia canadiense que aun tiene uno de los menores porcentajes de católicos en el hemisferio occidental. Québec identifica a la secularidad como un lugar de Misión y tenía sentido reflejar cuidadosamente cómo nuestra Iglesia evangelizó a la cultura franco-canadiense.

Los Oblatos es un grupo comprometido de hermanos y sacerdotes de gran celo. Fundados hace dos siglos, no temieron llegar a los extremos por Cristo. Se alimentaron de grasa de ballena en el gran Norte de Canadá, montaron caballos en el calor abrasador en el Valle del Río Grande, escribieron diccionarios y tradujeron misales para muchas culturas originarias, crearon asociaciones de solidaridad para trabajadores y gente de fe, diseñaron y construyeron iglesias e impartieron clases de teología. Los Oblatos realizaron todo eso con un fervor distintivo al servir a los pobres en nombre de Jesucristo.

El leer sobre esos hombres y familiarizarme con los extractos de sus diarios personales como misioneros, encendió mi deseo apostólico de aventura y me llevó a una mayor dedicación al servicio del Reino de Dios.  Quise convertirme en uno de esos hombres incendiados por Dios y la Iglesia. En retrospectiva, me doy cuenta de cómo los Oblatos fue la mejor comunidad religiosa para que aprendiera cómo hacer una oblación a Dios, ofreciendo nuestras vidas misioneras imitando el “sí” radical de nuestra patrona: María Inmaculada.

Otra de las razones por las que me integré a los Oblatos es cómo su carisma coincidía con algunas de mis convicciones.  Es impactante ver a diario la cercanía de los Oblatos con la gente, al tiempo que valoran una fuerte formación intelectual.

Nuestra tendencia es creer que una fuerte formación intelectual nos aleja de las personas. Con razón la gente es alérgica a los sacerdotes que mantienen una actitud clerical elitista inconsciente o incluso desdeñosa de la realidad de la gente común.  Los Oblatos, por el contrario, alentaron que toda la formación se enfocara a la cercanía y al servicio del pueblo de Dios.

Disfruto estudiar y trabajar con todo tipo de personas. Cuando niño, no podía dejar de ir a la escuela y me emocionaba aprender y conocer a nuevas personas. Me encanta la lectura, la escritura y el estudio.  La pasión por aprender y estar con los demás me hizo bien al estar con los Oblatos. Me sentí en casa con ellos.

Fue una revelación ver que mi orden religiosa podía estar tan de cerca de los pobres y apoyar a la Iglesia y la sociedad en muchas formas.  Formamos sacerdotes y líderes laicos de la iglesia, creamos programas en educación religiosa, zonas libres de armas en Asia, nos comprometemos en diálogos interreligiosos y ecuménicos a nivel mundial, dirigimos clínicas para quien sufre de lepra y sobrevivientes de SIDA, trabajamos en las necesidades básicas de los migrantes en las fronteras y seguimos defendiendo la justicia social a través de varios proyectos, institutos y parroquias.

El impulso de este celo apostólico es la figura carismática de nuestro fundador, un obispo francés, Eugenio de Mazenod, canonizado durante mi noviciado, en 1995.  Su canonización mostró que San Eugenio pertenecía a la Iglesia y que su carisma no era “propiedad” de los Oblatos. San Eugenio sigue hablando a los jóvenes, a los mayores, a los matrimonios, a los solteros y a los abuelos que se sienten atraídos a vivir el llamado a la santidad a través de la hospitalidad, el servicio, la justicia social y la formación religiosa y espiritual. ¡Es un hombre tan inspirador y un santo muy accesible!

San Eugenio sabía que Jesús y Su amor era un medio de profunda esperanza para la gente que se sentía marginada, oprimida y empobrecida. Los misioneros Oblatos, los Oblatos honorarios, los asociados Oblatos, los empleados de los Oblatos, quienes apoyan a las misiones, los benefactores de los Oblatos, los socios Oblatos y los jóvenes Oblatos, todos a quienes ahora nos referimos como la Familia  Mazenodiana, viven su respectivo llamado a la misión en el carisma Oblato, con la misma virtud de esperanza.

La esperanza no es un optimismo ciego, sino una forma de nombrar nuestra manera de vivir y de saber que nos invita a una rendición personal radical ante Dios. La esperanza proviene de Dios, de elevar al pueblo de Dios para vivir sus promesas pactadas. La esperanza nos empodera para predicar el Evangelio con luz y alegría, incluso en situaciones que parecen desesperadas. San Eugenio y toda la Familia Mazenodiana nos convertimos en gente de esperanza. ¡San Eugenio, ruega por nosotros!”.